27/3/11

Jodhpur, donde los fuertes visten faldas azules




Todavía de día llegamos a Jodhpur, el Haveli Guest House estaba situado en el casco antiguo de la ciudad. Habíamos escogido este hospedaje porque desde su terraza-restaurante en la azotea se disfrutaba de unas vistas fascinantes del fuerte de Jodhpur y las bellas casas azules a sus pies.
Para llegar hasta el Haveli nuestro taxi tuvo que pasar al lado de la Torre del Reloj y muchos de los puestos del mercado de Sardar.

Durante los últimos kilómetros habíamos vuelto a ver camellos, esta vez circulando por las calles y tirando de carros larguísimos de madera.
Al atravesar los puestos del mercado y atravesar las puertas o arco donde se significa el nombre del mercado, fuimos conscientes del enorme bullicio y trasiego del lugar.





Negociamos el precio de las habitaciones y obtuvimos una rebaja considerable respecto al precio de Internet. Las dos con aire acondicionado y con vistas a un bellísimo aljibe de múltiples escaleras, eso sí el aljibe estaba sucísimo, ¡qué pena!
Nos acomodamos y colocamos nuestras cosas, no tardamos en subir a la azotea para admirar las maravillosas vistas del fuerte Meheranganh y las casas azules a sus pies.
Bajamos de nuevo a las habitaciones para coger agua y algunas pertenencias, ya que nos disponíamos a visitar parte del mercado y aprovecharíamos también para cenar temprano.
Antes de bajar a la calle nos dimos una ducha fría y tuvimos tiempo para disfrutar en la habitación de los ventanales de tres ojos con un asiento almohadillado a sus pies, donde Hugo se tumbaba a placer disfrutando de ese pequeño habitáculo a modo de casita particular.

































































Salimos a la calle y tras recorrer un centenar de metros y doblar una esquina nos topamos con un enorme camello cuyo tiro le unía a un carro cargado de enormes varas de madera.
Enfrente cañas de bambú y puestos de vasijas con el colorido ropaje de las vendedoras.
Atravesamos la puerta del reloj que da al Sardar Market y ante nosotros aparecieron miles de puestos. En este mercado la variedad del producto a vender se distribuía por zonas. Cada zona tenía una especialidad o varias.
De nuevo aparecieron los tablones con ruedas que hacían de puestos y los saris coloridos de sus dependientas. Mangos, plátanos, manzanas, sandías, pomelos... montañas de fruta fresca cuyo olor dulcificaba el ambiente cargado del mercado, en una explosión de color sin igual. Los puestos de fruta se alternaban con los de bisutería barata.
Atravesamos una zona cubierta o bazar donde se vendían toda clase de telas también de vivos colores y apiladas en montones. A la salida aparecimos en una zona de comestibles con predominio de frutos secos, montañas de barreños y sacos uno detrás de otro. Puestos de semillas en cuencos gigantes y muy particulares.




Hugo se empeñaba en toquetear todo y los dependientes toleraban con una sonrisa su graciosa "insolencia". Después de todo era un occidental, otra cosa hubiera sido si el que toca fuera nativo.
Vinieron después las legumbres y otros alimentos, garbanzos, lentejas, judías, pipas, pasas, orejones, y al lado una tienda de ropa, suspendidos sus vestidos en la parte alta del toldo.
Miguel aprovecho y se compró una camiseta de tirantes.

Bueno, había sido un día duro, así que pronto nos fuimos a cenar. Habíamos visto un Mcdonalds a un kilómetro del Haveli cuando llegamos de Udaipur, así que tomamos un "toc toc" y nos dirigimos a él.
No en todas las ciudades había un Macdonalds y siempre era un buen momento para cambiar el tipo de comida un poco cansina y monótona de la India, mucho menos variada que la china (la auténtica y maravillosa comida china).
En muchos restaurantes indios pedíamos noodles (tallarines) con verdura muy sabrosos pero claro hasta esto cansaba en 27 días de viaje. Así que el burguer era un oasis a pesar de que tuviera algunas hamburguesas al estilo indio. Como la de ternera que no es tal por motivos evidentes y en vez de carne es de vegetal, y el Big mac aquí no está muy bueno que digamos ya que es de vegetal, ja ja
Nos encanta lo verde y sus aledaños pero cuando uno como una hamburguesa quiere una hamburguesa, pero bueno, la de pollo, los nuggets, las ensaladas, patatas y postres eran bastante comestibles.
Allí nos transportábamos de repente a un decorado occidental. En un reducto del Macdonal volvimos ase europeos.
Buenos precios aunque no tan baratos como en China, donde por cinco euros (2006) comíamos todos con postre incluido.
A la salida vimos una cama elástica de esas que tienen unas enormes y grandes gomas elásticas sujetas a un arnés que lleva el que disfruta de ella, por lo que uno puede saltar más de lo que tus propias posibilidades te permiten, pero con un control total del vuelo.
Al pobre Hugo se le antojó saltar en una de ellas y no tuvimos más remedio que ceder. Se estaba portando también... asimilando todo el viaje con alegría y recibiendo cada descubrimiento con sorpresa. En realidad era el que mejor se portaba de los cinco. Ja ja
Y daba gusto ver la India a través de sus ojos, comentarios e inocencia.































































Volvimos a pie y aprovechamos para comprar unas gafas de sol a Miguel y Pablo, de imitación pero muy bonitas.
Cuando llegamos al mercado casi todos los puestos estaban recogidos, mientras la Torre del Reloj resplandecía preciosa en la oscuridad de la noche.
Compramos bebidas para la noche y nos recogimos en el hotel. Al día siguiente teníamos todo el tiempo del mundo para seguir explorando Jodhpur.

A la mañana siguiente desayunamos en la azotea del Haveli Guest House.
Creo que teníamos el desayuno incluido. El sol brillaba y parecía que había ganado la batalla a las nubes del monzón por el momento. Aprovechamos para hacernos unas fotos con el fuerte Mehrangarh al fondo, anaranjado por los primeros rayos del sol y acompañado como siempre por las casitas azul añil.
Maravilloso y todavía fresco desayuno ya que nos levantamos muy temprano. Algunas de las casas azules típicas de Jodhpur estaban a unos metros de nuestro Habeli y podíamos apreciar su sencilla construcción.
El contraste entre la piedra marrón del fuerte y las faldas azules formadas por las casas era extraordinariamente bello, nunca un desayuno tuvo un escenario semejante. La verdad es que disfrutamos mucho de las vistas y nos recreamos bastante del momento.















































































Cogimos un par de mochilas de "ataque" y nos dirigimos al fuerte. Precioso por dentro y majestuoso por fuera.
Subimos en "toc toc" por la carretera sinuosa que lleva hasta sus pies.


Fuerte Mehrangarh


De murallas colosales y más altas de lo que desde lejos puede parecer, en realidad altísimas, el fuerte Mehrangarh es una de las fortalezas más grandes del mundo.
El fuerte Mehrangarh o fuerte majestuoso es propiedad hoy en día del marajá de Jodhpur.
El cerro donde está situado tiene 125 metros de altura, que unido a la altura de las murallas gigantescas, da una sensación de auténtica fortaleza.
Las audio guías están incluidas en la entrada e incluyen también el idioma español, utilísimas en esta visita y muy amenas.
El fuerte tiene siete puertas entre ellas la de Jayapol que fue construida por el marajá Man Sing en 1806 tras su victoria sobre Jaipur y Bikaner.
La puerta de Fatchpol o de la Victoria se construyo por el marajá Ajitsingh para conmemorar la derrota de los mongoles.
La segunda puerta está marcada todavía con balas de cañón.
La última puerta Lohapol (de hierro) con sus famosas huellas de manos (marcas sati) de las viudas del marajá Man Singh cuando se lanzaron a su pira funeraria en 1843.




Desde abajo uno se siente pequeñísimo ante el tamaño de aquellas murallas, el fuerte Mehrangarh era realmente la fortaleza de las fortalezas.
En el interior del palacio destaca su arquitectura Rajputa con alternancia de asimetría y simetría, con gran cantidad de palacios y patios con celosías color marrón, el mismo que la roca sobre la que está situado el fuerte.
En el museo interior destacan los asientos (howdahs) para elefantes de la realeza.
También destacan las miniaturas y las armas. Hugo estaba maravillado ante el despliegue armamentístico.
Fuimos viendo el Palacio de la Perla (Moti Mahal) y el Palacio de la Isla (Sukh Mahal), este engalanado de pan de oro, cola y orina de vaca.
Vimos también el Palacio de Holi Chowk donde se celebra el festival Holi, el cual las mujeres veían desde arriba.
Podría describir cada palacio, pero según el día, las ganas y la inspiración uno escribe más o menos.
Decir que la fortaleza es muy amena de recorrer por sus diferentes alturas y espacio interior. Que es imponente en todos los aspectos. Cada sala es una enorme sorpresa y pasear por el fuerte es maravilloso. Que las vistas son espectaculares dada su enorme altura. Incluso cundo uno se asoma al otro lado de la fortaleza y piensa que las preciosas casas azul añil se acaban en el casco antiguo, resulta que no sólo es así, si no que en el otro lado de la ciudad hay todavía bastantes más casas azules, plasmando una visión asombrosamente bella de toda la ciudad de Jodhpur.
























































En la parte Sur del fuerte grandes y antiguos cañones asoman desde las murallas a la ciudad. Hugo estaba encantado ante semejante armamento y sobaba todos los cañones. Preguntaba si eran de verdad y se quedaba asombrado de que lanzaran bolas de hierro tan grandes.
Cuando volvíamos a la parte cubierta de la fortaleza vimos como un todoterreno militar (hay un asentamiento militar en el interior) atropellaba a una mujer mayor que estaba apoyada contra una pared. Estos militares, al parecer conducían muy pegados a la construcción interior y no la vieron. La cogieron rápido llena de grandes heridas en rodillas, brazos y cara y en el mismo auto se la llevaron hecha su piel girones. Algunos turistas indios protestaron airadamente la imprudencia de los militares.
Como casi siempre el mayor peligro de muchos países con menos desarrollo es el tráfico. Incluso dentro de un fuerte.
Hugo apenas vio nada del atropello, pero pudo ver a la mujer malherida y estaba muy impresionado por lo ocurrido. Estuvo preguntando durante mucho tiempo después por lo ocurrido. El pobre mío.
A la salida encontramos varias tiendas de esas en donde venden camisetas y baratijas en alusión al monumento visitado. Una de las tiendas era de Babuchas indias preciosas. Marga se quedó mirándolas. Como no teníamos prisa decidió comprarse unas babuchas indias preciosas a un precio bastante bueno.











































































































































Poco a poco durante nuestro viaje por la India habíamos recompuesto parte de nuestro ajuar ropero (después de nuestra perdida de maletas) con pequeñas compras de camisetas, pantalones indios, babuchas etc. Maletas que no recuperamos hasta el 21 día de nuestro viaje, justo antes de viajar a Sri Lanka.

Después de la visita a este maravilloso fuerte volvimos al Mcdonalds a relajarnos y tomarnos unos tés en condiciones y unos helados bajo el alivio del aire acondicionado.
Antes de entrar al restaurante nos invitaron a realizar una visita guiada por las dependencias internas del Mcdonalds. Nos colocaron una red en la cabeza para que no cayeran pelos y nos explicaran el proceso de trabajo en el interior. Nosotros aceptamos cortésmente entre risas. Al final nos dieron un diploma familiar y todo.
Después del Mc visitamos una especie de grandes almacenes, dentro había las cosas típicas de unos grandes almacenes, aunque no tanto, porque entre otras cosas allí se vendían las viejas maquinas de coser Singer, sólo que aquí nuevas. En España son incunables del coserío y aquí tecnología punta.
Después de comprar algo de comida y bebida en los grandes almacenes además de una alguna camiseta más, nos fuimos a un hotel con piscina. Este debería haber sido nuestro destino con los monstruosos calores del monzón, pero ya que habíamos elegido un hospedaje en el casco antiguo, por lo menos muchas horas las podríamos pasar refrescándonos en una piscina.




























































Lo intentamos primero en el Rabanka Palace, pero los precios eran prohibitivos para disfrutar de la piscina. Luego fuimos al Devi Bhawan donde negociamos por cuatro horas. Al final nos quedamos aquí a pasar las horas más calurosas del día, es un decir porque todas las horas eran calurosísimas.
Al final todo un acierto ya que era un hotel muy tranquilo y cómodo.
Uno no siempre acierta y creo que este habría sido un alojamiento ideal en Jodhpur, sobre todo en julio. Y aunque nos salió más barato el Habeli y estaba fantásticamente ubicado, a veces compensa un alojamiento un poco más caro, sobre todo cuando uno va con niños. De todas formas estas cuatro horas nos recompensaron bastante.
Los niños y mayores disfrutamos bastante la piscina, rodeada de arboles y jardines, era un paraíso ante los 47 grados de fuera. Y sólo con ver disfrutar a los chavales sabíamos que la decisión era la correcta.
A las dos horas de estar allí Marga y yo decidimos realizar una visita más. A los niños no había manera de sacarlos de allí. Así que Hugo se quedó al cuidado de sus hermanos mayores, encantado de la vida claro.
Así pues Marga y yo nos fuimos a visitar el Palacio y museo de Umuid Bhawar o palacio de Chitar (piedra caliza de Chitar).

























































Erigido en 1929 y en tonos rosas y blancos fue construido para el marajá Umaid Sing. Su sucesor sigue viviendo en parte del edificio. El resto es un hotel de lujo por lo que la parte visitable no es mucha, poquísima. No merece demasiado la pena, pero ya que estábamos allí.
Después de estar una hora sin "peques" volvimos al hotel con piscina y nos bañamos una vez más. Al remojo después del achicharre.


Volvimos a nuestro hotel de hospedaje. Los mayores chateaban con sus amigos en el ciber de al lado. Hugo mientras jugaba en la habitación y vio alguna película en la nintendo, Marga leía. Era mi momento para una gran "escapada".

Allí me esperaba el fantástico y mágico Sardar Market.
Cámara en ristre me dispuse a explorar todos los rincones posibles.
Ya en la anterior visita me había dado cuenta de que aquí había caras, matices y escenas diferentes a lo visto hasta entonces en la India.
Así que iba a por todo, al empape de visiones y gentes. Mi aventura personal, sólo mía, mi momento. Ya anticipaba y saboreada lo que me esperaba, lo sabía, ya lo había vivido otras veces. Y he dicho en otras ocasiones que los mercados dan una imagen de lo que es un pueblo o población, de sus maneras, sus costumbres y gentes.
Así que iba a vivir una vez más con todos mis sentidos alertas, absorbiendo cada detalle, asimilando cada color y olor, miles aquí en el Sadar Market.





Pasé por debajo de la Torre el Reloj, el monumento más singular del casco antiguo.

Ahora si podía detenerme con calma a capturar una foto, nada me retenía o me apremiaba, podía elegir los minutos o segundos dedicados a observar o fotografiar, perseguir una imagen o quedarme cual estatua mimetizándome con el paisaje esperando el momento:
Una mujer con un saco enorme en su cabeza y un rosado, florido y bellísimo ropaje, unos metros más allá la esquina de una casa azul añil, típicas de las casas de Jodhpur, a sus pies una vaca complacida en el reino de los bovinos.
Atravesé pasadizos de bazares oscuros, en uno de ellos una mujer desenredaba lana con pies y manos. Al salir una puerta de bellísima ornamentación. Patios de viviendas adyacentes a los callejones de Sadar Market, una construcción de dos plantas especialmente bella al estilo nepalí y en cuyos porches se almacena todo tipo de grano en grandes sacos y también en grandes montoneras. Un callejón estrecho con una familia donde se habla, se tiende y se juega. Saliendo del callejón un hombre y una mujer se afanan cortando barras de hierro.





































































































De repente me detengo un poco más, maravillosa escena, preciosa, increíble, donde uno puede ver que todo tiene valor en la India; una mujer agachada con un sari fucsia precioso y un velo que le cubre toda la cara del mismo color, arregla una especie de palé, y digo palé por decir algo, ya que era delgadísimo, apenas un dedo de madera enclencle. La mujer ponía todo su empeño y atención en recomponer todas las piezas de aquellas maderitas como si fuera un puzle. Lo que en cualquier lugar sería sólo leña de mala calidad, aquí se arregla y recompone con decisión. Al lado de la mujer un niño precioso, seguramente su hijo, casi desnudo, sólo con una camiseta de tirantes y una pera en la mano asida contra el pecho, asiste feliz a las tareas de su madre.

Continuo por la misma calle, hacia una zona donde hay menos puestos y la gente se dedica a hablar o jugar. Allí tres mujeres hablan animadamente sentadas sobre la plataforma o tabla roja de un carro, uno de esos que hace de puesto de ventas en el mercado, parecían mercancía en venta. Dos más mayores y una de mediana edad unos cuarenta tantos, esta última me mira y yo a ella, y sabemos los dos del otro al instante. Da igual el idioma y la diferencia cultural, yo sé de ella y ella de mi, y en su mirada me lo dice y yo en la mía también a ella. Lleva un corpiño y pantalones floreado, grandes y preciosas pulseras plateadas en los tobillos y un velo rojo sobre su cabeza. Posa para mi serena y sin palabras, yo disparo mi cámara, pero poso también para ella cuando bajo mi maquina al pecho. Ella me mira y yo a ella. Nos conocemos sin conocernos.




Al lado, también encima de otro carro, una mujer juega a las cartas con niños y niñas, ellos me miran divertidos ya que para hacerles la foto me he subido también en su carro.
De nuevo me topo con una mujer con velo rosa que le cubre la cara al completo. Un velo-gasa que se transparenta y deja entrever un hermoso rostro, más bello aun visto así.
En pocos minutos las imágenes son abrumadoras, de una belleza brutal para mis pobres sentidos, sobrepasados ante un umbral de encanto fuera de lo normal.
Empiezo a estar en un estado emocionalmente especial. En esos momentos en que mi cámara y yo somos uno.
Una niña se lava junto a su padre la cabeza, sentados ambos en el suelo. Dos mujeres llevan en su cabeza recipientes y una gran lata fosforita. La composición que forman sus figuras es la de un bello arcoíris andante.
Un poco más allá grandes sacos de ropas coloridas están tendidos en el suelo, al lado cajas metálicas, chatarrerías de casi todo. Una especie de zapatero remachador que trabaja con pies y manos, cigarrillo en boca y que mira seriamente como yo le miro. Unos hombres cuecen algo en una gran cazuela humeante que remueven de vez en cuando.
Me meto en un bazar y voy viendo los telares, grandes almacenes de telas de colores y hombres jóvenes trabajándolas.
Más puestos de frutas y vacas sueltas y suelos rotos y gallinas sin rumbo...
Mujeres sentadas en la puerta de su casa y un grupo de hombres se arremolina alrededor de un gran bidón de leche, uno de ellos rellena los recipientes que le traen los compradores. Detrás un puesto con grandes recipientes de maíz y palomitas.
Una pequeña acequia con agua sucia recorre un callejón, ya que en algunas zonas no hay alcantarillado.
Paso al lado de un almacén de chatarra con unas grandes y preciosas puertas verdes, en España valdrían un potosí.
Salgo a la plaza contigua a la torre del reloj y coloridos taxi- carros con imponentes caballos esperan nuevos clientes.


















































































































Tocaba desandar el camino al hotel. Probaría otro camino para ver más gentes, más bellas imágenes, pero también imágenes de gente trabajando duro por unas rupias o quizá por un bocado. Incluso aquí me parecían ricos aquellos tanzanos que trabajaban arreglando pinchazos de bicicletas por tres dólares al día.
En la India se pueden arreglar palés destrozados para reutilizarlos. Una simple etiqueta de pantalón vaquero tiene su valor, un botón viejo tendrá un uso posterior en otra prenda.
Un vivir duro y hacinado. Algunos puestos son más prósperos, pero entre ellos también hay miseria y pobreza, gente que vive de los restos de los restos de los restos.

En el mercado caía la tarde noche. En lo alto, el fuerte todavía recibía al sol en sus murallas y muros, testigo mudo de las vidas azarosas de estas gentes.
Nuestro tren salía a las 23 horas y llegaría a Jaisalmer a las 5 A. M.
Habíamos llegado a un acuerdo para estar en el hotel hasta las 9:30 de la noche, después de ducharnos nos fuimos a cenar ya con nuestras mochilas.



















Teníamos billetes en AC3 Tier, compartimento abierto de seis camas. Nos tocó con dos francesas muy graciosas, ellas y el resto de mi familia en el compartimento abierto, yo en una de las camas de fuera, encima de la ventana del pasillo.
Nos echamos unas risas con las francesas y les cerré las cortinas, al parecer todos estábamos molidos.

Allí estaba yo, meditando en mi cama que daba al pasillo, aislado del resto de mi familia pero guardián de sus sueños desde fuera. Pasó un muchacho vendiendo té. A esas alturas del viaje me había acostumbrado al té trenuno y casi siempre me tomaba alguno.


Miré por la ventanilla, era una noche limpia y despejada, se podía disfrutar mirando las estrellas. Mientras saboreaba el té caliente iba pensando una vez más en que sólo la casualidad hace que uno nazca en un lugar o en otro, en medio de una planicie de Etiopia o en un bazar de la India. Al final el medio condiciona de manera brutal tu vida. Mucha de esta gente sólo vive para sobrevivir, no tienen tiempo de mirar las estrellas, no tienen tiempo para lo secundario.

Llenar la tripa es lo prioritario, si estas necesidades están cubiertas viene el ocio y lo superfluo, e incluso llega la cultura para escapar y cultivarse... pero sin la tripa llena no hay nada más, sólo una vida esforzada en busca de un pedazo de pan.

El tren atravesó una arboleda, las estrellas dejaron de verse también para mí, esas que algunas de estas gentes nunca ven.