26/11/10

Varanasi - India




Muy temprano salimos del Parque Nacional de Chitwan para recorrer por carretera el camino a Kathmandu. Allí tomaríamos un vuelo a Varanasi.
No todos los días había vuelo Kathmandu-Varanasi, por lo que el viaje lo programamos para la coincidencia de uno de estos vuelos con el final de nuestro itinerario por Nepal.
Nuestro periplo nepalí llegaba a su fin y nos adentrábamos en la caótica y fascinante India.
Encima empezaríamos por Varanasi, en teoría una población para verla al final del viaje por India. Pero no siempre uno puede elegir. Un vuelo Kathmandu-Varanasi nos permitía ajustar muy bien el recorrido ganando un día, que en este tipo de viajes es muy importante.
















































Desde Varanasi continuaríamos nuestro recorrido por India centrado principalmente en Rajasthan, tocando antes Khahuraho, Orchha y Agra.
Llegamos a Varanasi a las 2 PM, la bofetada de calor al bajar del avión fue descomunal, parecía imposible superar al tórrido Chitwan, pero esto incluso podía ser peor.
Casi una hora en un pequeño coche sin aire acondicionado hasta la zona donde estaba situado nuestro hotel, en la orilla Occidental del Ganges. El coche nos dejó a unos 600 metros del hotel Alka situado en el ghat Meer. Los coches no podían atravesar la parte de atrás de los ghats, una serie de callejones estrechísimos llamados galis, así que nos tocó andar esos metros a pie con nuestros bultos, lo que terminó de achicharrarnos del todo.


Cuando vimos los hoteles de Varanasi, dudamos en alojarnos en alguno de los hoteles situados en los ghats del Ganges o hacerlo en otros de mejor categoría y en zonas más tranquilas.
Optamos por la primera opción, en concreto por el hotel Alka. Pensábamos que el hecho de estar a pie de ghat nos permitiría un contacto más directo con la vida espiritual del Ganges, como así fue.
Pero el hotel dejaba bastante que desear. Además el cambio fue brutal. Aunque ya habíamos estado el primer día en la bulliciosa Delhi, después de los preciosos paisajes nepalíes junto a una densidad de población amable, el contraste con el “monstruo” Varanasi fue notable: sucia, congestionada, impactante, la vida y la muerte siempre presentes, la mierda a chorretones, los sonidos, los olores, los inciensos, los olores de la muerte, la muerte, la muerte.



















































Fascinante, estuvimos en trance todo el tiempo que estuvimos en Varanasi. La espiritualidad que se respiraba, las imágenes que se ven son para caerse de espaldas a cada metro. A pesar de la suciedad por todos lados, en los ghats y en las calles, todo era increíble y sorpresivo, nadie te prepara para esto, ni las fotos ni lo escrito previamente.
Pensaba en los pobres pero limpios paisajes o pueblos africanos con sus mujeres barriendo con ramas el perímetro arenoso de sus casas. En la India la mierda y suciedad forma parte del entorno en casi todos los lugares, sobre todo en grandes ciudades. Habría que acostumbrarse pronto, y vimos como con el paso de los días dejamos de verla, cuando nuestro cerebro nos ayudó discriminando este aspecto.


















































Pero ese primer día en Varanasi todo estaba presente. El coche nos dejo a 600 metros del hotel, con las mochilas a cuestas atravesamos los galis o callejones estrechos que conducen a los ghats. En estos callejones la gente hacía vida de diferentes maneras, pero al ser cerca de las 3 de la tarde, algunos dormitaban en el suelo o en huecos a modo de bancos empotrados en las paredes, un perro junto a su amo, niños solitarios, algunos monos, viejos de mirada perdida. A pesar de que iba cargado hasta los dientes, también iba “armado” con mi cámara y fui disparando lo que pude sin pararme. Ya habría tiempo de recorrer estos callejones.



Nos instalamos en el hotel con una habitación con vistas al Ganges, debajo del hotel se encontraban las escaleras del ghat Meer. Tuvimos que decirle al recepcionista que nos pusiera jabón y toallas en el hotel, por no tener no tenía ni sábanas.
Esto pesó en un primer momento en nuestro ánimo, ya que el alojamiento y las prestaciones del hotel eran un poco deprimentes. Sin los niños no nos habría importado, pero con ellos un grado más en el alojamiento puede ser todo.

Así que nos dispusimos para recorrer algunos de los más de 80 ghats de la ciudad de Siva, donde acuden los peregrinos para lavar sus pecados de toda una vida (purificarse) o para incinerar a los seres queridos.


















































Dejamos nuestras cosas en el hotel y cargamos con botellas de agua. Bajamos por las escaleras del hotel que se prolongaban con las del ghat Meer. Llegamos a la orilla del Ganges y nos dispusimos a recorrer su orilla en dirección sur para ir descubriendo los otros ghats cercanos.
Las primeras imágenes con un grupo de mujeres orando ataviadas con vestidos de vivísimos colores fueron el comienzo de un recorrido exterior e interior a donde no se puede llegar en ningún otro lado.
Grupos de preadolescentes se acercaban para ofrecer paseos en barca, gente que dormía en las escaleras de los ghats. Música con letra que ofrecía pleitesía a Siva.
Según íbamos recorriendo los diferentes ghats, Meer ghats, Man Mandir Ghats, Dasaswamedh ghats, no salíamos de nuestro asombro.
Hugo iba con la boca abierta, esa mirada de los niños ante lo sorprendente y único.



























































Más santones de barbas y melenas imposibles que Hugo miraba entre anonadado divertido.
Flores, ofrendas, cánticos, algunos turistas, pocos.
Seguimos andando por los ghats fascinados por el ambiente pero sorteando suciedad; basura, restos de comida en descomposición, mierda de vaca y mierda humana, olor a orines en cada rincón que se mezclaba con el del incienso y cánticos que sonaban.
Cuando llevábamos un kilómetro andado nos sentamos Dasaswamedh Ghat donde había un grupo de tiendas. En una de ellas sonaba a todo volumen una canción que oiría varias veces en nuestro viaje por la India.
Fascinante la mezcla de este soundtrack con lo que allí se vivía. En ese momento se iniciaban los prolegómenos para la ceremonia de “ganga aarti” que se celebra al anochecer.
Muchos devotos vienen a presenciar la ceremonia, donde predomina el humo fuego (quema de sándalo) y agua, aderezado con cánticos, tambores y campanillas.
Ofrecen también pujas (respeto).




Todo esto estaba por empezar pero la gente se iba arremolinando alrededor, grupos de mujeres teñían las escaleras de arco iris a base de telas de sus coloridísimos vestidos.
Mientras seguía sonando ese fondo musical fascinante e hipnotizarte, Marga y grababa en video sentada con Miguel, Pablo y Hugo en las escaleras del Gath. Yo tiraba fotos y contemplaba todo, estaba desbordado de sensaciones. Podría haber estado 300 años seguidos sin cansarme. La música repetitiva y la magia de estas gentes entregadas al Ganges, embriagaba todo.
Supongo que alguien se lo imaginará si ha visto alguno de mis videos, y es que la música puede producir un efecto extraordinario si es especial y está en el contexto adecuado, y este lo era. La “película” que estaba viendo tenía una melodía maravillosa, sin música esta película hubiera sido una película extraordinaria, pero con este sonido delicioso se convertía en sublime.
Sí, realmente era un momento mágico. Me descubrí a mi mismo con sonrisa de felicidad y emocionado de sentir, de vivir aquello. ¡Gracias! por estos momentos que a veces te da la vida.





























































Todo este sentir duró muchísimo tiempo; la música a todo volumen que sonaba proveniente de la megafonía de una tienda de CDS y sándalo, estuvo sonado 20 minutos o más mientras se preparaban para la ceremonia de “ganga aarti”. Luego cuando compré el CD, comprobé que esa canción en concreto duraba 45 minutos. Vamos un “pequeño” single.
Así que estaba en trance ese tiempo, tirando fotos y contemplando. Allí se podían tomar un millón de fotos. Madres con sus pequeños de ojos pintados, jóvenes bellísimas, mujeres estropeadas por el tiempo y la dureza de la vida, hombres de gesto altivo, vagabundos abandonados a su suerte, niños de 8 a 10 años que se buscaban la vida con los turistas, adolescentes como Miguel y Pablo que hacían de guías y ofrecían sus servicios en barca. Allí terminamos sentados en el ghat con todos ellos, nosotros les observábamos pero ellos a nosotros también, y con bastante curiosidad. Íbamos descamisados y achicharrados a ratos y el pequeño Hugo les llamaba mucho la atención. Claro que él no se inhibía para nada y miraba con descaro todo aquello que le chocaba más de la cuenta, como los numerosos niños con los ojos pintados de negro.






























































Desandamos el camino hacia el hotel pero pasamos este de largo y continuamos, ya casi de noche, por la orilla del Ganges dirección Norte para ver el Manikarnika ghat, donde se incineraban cadáveres.
Vimos allí como ardían algunos cuerpos en grandes pilastras de madera. Nos acercamos bastante, Miguel Pablo y Hugo estaban alucinados, la muerte en estado puro, el olor de la misma, las llamas brillando en la noche por si solas ya suficiente hipnotizadoras.
Después de media hora, Marga y los niños volvieron al hotel. Yo me quedé, quería ver más detalles de las cremaciones. La verdad es que me quedé tranquilo, aunque era noche cerrada ya, Marga se manejaba muy bien y me dijo que no me preocupara, además ya tiene una buena escolta.
Subí con un indio a uno de los tejados con mejores vistas a las pilas de madera donde se incineran los cadáveres. En teoría no se pueden tomar fotos, pero por dinero y según la cantidad se podía realizar un número de fotos, más dinero más fotos. El dinero se supone que era para la madera en combustión. Al final no acepté, me sentía incómodo por ese trato.



Cuando bajé del tejado, ya en solitario, me acerqué todo lo que pude a uno de los cuerpos y vi que la vida continuaba con toda su normalidad entre los vivos. Uno de los hombres que acababa de “acomodar” el cuerpo inerte con sus manos, abría un papel de periódico que estaba en el suelo a un metro del cadáver, y que contenía arroz y restos de carne, metió su mano y empezó a comer.
Me acerqué de nuevo al Ganges y alquilé una barca por 30 minutos a un adolescente de 14 años, para ver el ghat en llamas desde el agua.
Volví al hotel con los ghats a oscuras, cinco minutos antes habían apagado las únicas luces que quedaban en estos. No sabía que estas se apagaban a unas horas determinadas. Aunque no se veía mucho fue suficiente para volver tranquilamente.

























































Cuando llegué Marga y los niños estaban en una mesa mirando al Ganges en la gran terraza del hotel esperando la cena. Subí a la habitación totalmente recocido, me duché y bajé con ellos.
Al lado de nuestra mesa nos encontramos con una pareja de chicos catalanes que estaban alojados en el hotel de al lado. Charlamos con ellos un rato acerca de nuestros recorridos. Otro día coincidiríamos en nuestro vuelo Varanasi- Khahuraho.
Al día siguiente nos esperaba el madrugón y paseo en barca por el Ganges. En principio lo íbamos a realizar con el hotel, pero al final cambiamos de opinión y quedamos con el chaval de 14 años que me había acercado en barca a las cremaciones. A as 6:20 nos esperaría en Meer ghats.












































































Así que en principio tocaría madrugón pero no tanto como estaba previsto, ya que cambiamos el paseo en barca de las 5 A. M. por otro a las 6:20, donde se pudieran ver las primeras luces pero también nos permitiera hacer fotos en buenas condiciones. Al final acertamos de pleno ya que nos permitió descansar más después de estar medio día anterior de viaje y el otro medio andando por los ghats.
Bueno, eso en un principio, porque yo me levanté a las 4:45 A.M. y a las 5 estaba el ghats todavía de noche cargado con mi cámara de fotos y video.
Me sorprendió y conmovió ver al muchacho de 14 años esperando ya nuestra cita. Le dije que no se preocupara, que a las 6:20 nos uniríamos a él mi familia y yo. Supongo que temía que le fuéramos infieles con el primer barquero que nos cruzáramos.
Más tarde me uniría a Marga y a los niños, pero ahora tenía 95 minutos a pie para ver despertar el Ganges, sólo para mí.




Ya al bajar las escaleras del hotel hacia el río me encontré gente durmiendo en estas, en la orilla del Ganges y también encima de las barcas.
Un hombre bajaba a mi lado con una gran vasija dorada para recoger agua del río.
Otra mujer oraba mirando al Ganges en lo alto de un pequeño saliente que hacía las veces de púlpito, otra se lavaba un poco más allá. Un grupo de de 6 hombres se bañaba cuando el sol empezaba asomar. Poco a poco la gente iba llegando mientras yo recorría el río en dirección Sur e iba tirando fotos.
Después de un rato andando, ya con los primeros rayos del sol apareciendo tímidamente.
En época de monzón pensábamos que en Varanasi tendríamos un día lluvioso y gris, sin embargo el día era limpio y despejado, fundamental para apreciar la belleza del Ganges en todo su esplendor.
Poco a poco los ghats fueron tornando a un dorado intenso acrecentado por el reflejo del Ganges. El dorado anaranjado era fabuloso, no sabría explicar el motivo, pero las paredes de los edificios junto a los ghats y las escaleras de estos parecían encendidos gloriosamente por el sol. Ahora entendía por qué Varanasi era el universo del corazón hindú y el Ganges el río de salvación, el sitio ideal para morir y obtener la moksa o liberación de nacimientos y muertes. No podía haber lugar de mayor belleza física y espiritual. Que mejor sitio para lavar tus pecados, para purificarse.






























































Las primeras mujeres y hombres, ahora en grupos más numerosos fueron bajando para el baño purificador. El fortísimo color anaranjado ghats casi rallando lo irreal, encendía todavía más los ya coloridos vestidos de las mujeres. Tan irreal era el color que lo que aparecía en mi cámara parecían fotos alteradas, fuera de toda normalidad, maravillosamente anormales. ¿Serían todos los días así?
Muchos se purificaban sumergiéndose completamente o simplemente se echaban agua unos a otros sobre la cabeza con las manos o pequeñas vasijas metálicas.
Una madre echaba agua a sus hijos sobre la cabeza ayudada por el marido, rodeados a su vez de muchos devotos.
Hice muchísimas fotos mientras observaba asombrado una escena detrás de otra. No cesaba de venir gente al Ganges.





A las 6:20 Marga y los niños se unieron a mí a nuestro pequeño barquero de 14 años que nos llevaría río abajo desde Meer ghats a Pardhy Ghats.
Seguimos viendo asombrados como la las gente que acudía al Ganges cada vez era más numerosa y variada. Algunos se untaban el cuerpo de barro o arcilla y se exponían luego al sol mientras meditaban haciendo yoga. Otros niños jugaban y saltaban desde unas barcas. Cada Ghat era diferente y los devotos componían escenas diferentes.
Algunos se enjabonaban, otros lavaban la ropa o se bañaban con el perro.
Algunos optaban por bañarse totalmente vestidos, la mayoría de lo hombres bajaban con el sari (tela de la cintura al tobillo) para luego quitárselo durante el baño quedándose en ropa interior.
































































Algunos nadaban trechos más o menos amplios y luego volvían a la orilla.
Hugo preguntaba todo el tiempo por lo que veíamos, estaba sobrepasado por el momento, igual que los demás. Quería tocar el agua con la mano como el cualquier otro río, pero el Ganges no era cualquier río.
Era increíble, pero por Varanasi, la antigua Benares, parecía que no había pasado el tiempo.
Así fueron pasando los ghats ante nuestros ojos, uno detrás de otro, cada cual más cautivador y sorprendente. A veces nos acercábamos más para ver alguna escena con más detalle. Nuestro joven barquero demostró ser muy competente, incluso manejándose mejor que algunos veteranos.
Para volver nos alejamos unos 100 metros de distancia de los ghats, casi desde la otra orilla, para hacernos una idea de todo el conjunto.
Justo cuando realizábamos este recorrido de vuelta, vimos a unos 50 metros detrás de nosotros como dos cuerpos con una especie de sudario flotaban río abajo. La vida en la orilla en gama naranja azafranado, y la muerte detrás pasando de largo a través del Ganges. Todo Varanasi se resumía allí.




Hugo estuvo mirando un buen rato como los cadáveres se alejaban río abajo, en su mirada se podía apreciar la idea de vulnerabilidad del ser humano. Aunque Hugo ya había descubierto hace tiempo esta idea; ese día en que por algún acontecimiento de repente los niños saben que no son eternos y que la muerte está más cerca de lo que parece. Hoy esa idea se vio acrecentada en el Ganges.
En general en muchos de estos países la muerte está presente en muchos aspectos de la vida cotidiana, no está camuflada como en el mundo Occidental y “desarrollado”. A cada paso la ves, camuflada de desnutrición, de pobreza, enfermedades y miserias. De caras que hablan de dureza extrema, dolor y agonía.

Nuestro barquero no llevó al hotel, justo en Meer ghats. Le pagamos algo más de lo pactado dada su solvencia y juventud y nos despedimos de él. Les comenté a mis hijos mayores que este chaval era más o menos de su edad, la misma de Pablo, 14 años y tres menos que Miguel que había cumplido los 17 años dos días antes. Quería que fueran conscientes de lo injustificado de ciertas quejas que tenemos todos (TODOS), muchas veces sin saber lo que tenemos.
Volvimos al hotel y nos tomamos un buen desayuno ya que no habíamos probado bocado. Tomamos una especie de crepes gigantes que tuvieron mucha aceptación en nuestro reducido grupo familiar.


























































Cuando terminamos yo me fui a callejear por los galis, los callejones estrechos que recorren la parte de atrás de los ghats, imprescindibles por su belleza vida concentrada. Estos callejones tenían dos partes claramente diferenciadas, los más cercanos a los ghats, con predominio de casas más tranquilas, casi todas sólo para vivir y con familias haciendo vida en los callejones. Hay otros callejones con muchas pequeñas tiendas de todo tipo y llenos de gente, estos están más próximos al tráfico rodado y más lejos de los ghats. Estos últimos ya habíamos tenido oportunidad de verlos con marga y lo chicos, pero apenas había temido tiempo para los primeros.
Así que a por ellos me fui. Allí pude ver monos por las paredes, alguna cabra, varias vacas que apenas dejaban paso, mujeres llenando cubos y cacerolas de agua de alguna fuente o manguera, aguas fecales por pequeñas acequias al descubierto, hombres mirando transeúntes, vagabundos.








































Niños solitarios o en grupos, otros niños con uniforme escolar. Perros sueltos peligrosamente hostiles con los forasteros, gente andando de acá para allá, pequeñas tiendas de pastelería india y sobre todo algunos patios interiores realmente curiosos, me recordaban en cierta medida a algunos que vi en las zonas rurales de China. Solía meterme hasta dentro y si encontraba a alguien faenando dentro, saludaba cortésmente y alzaba la cámara en señal de permiso, siempre me sonreirán condescendientemente y permiso concedido. Estos patios tenían varias puertas de vivos colores, bicis aparcadas, también solían tener gallinas, alguna cabra y no faltaban vacas y casi siempre alguna mujer trabajando, normalmente lavando ropa junto algún niño los suficientemente pequeño para todavía no salir solo.






































































Varanasi resultó fascinante y nos impresionó muchísimo. Veríamos otras partes de la India, algunas más tranquilas, pero como comienzo fue espectacular.
El impacto para los sentidos fue abrumador, difícilmente asimilable en el momento, se necesitan varios meses para ello o quizá bastante más. La vida, la muerte, tan directa, se puede oler, masticar. La conciencia de vulnerabilidad es mayor todavía, aunque a mi edad (casi 47) no mucho más.
Varanasi: Impactante, fascinante, sobrecogedora, mágica…


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